sábado, 27 de septiembre de 2014

AQUEL 31 DE OCTUBRE DE 2004




         
          A medida que van pasando los días y se aproxima el 26 de octubre, fecha en la que en nuestro país tendremos la oportunidad, ahora felizmente sagrada, de incidir con nuestro sufragio en los destinos de la nación, uno va haciendo el ejercicio de memoria que a algunos parece faltarle. En mi caso y en el de muchos, es común molestarse con personas que como decía en una notable catarsis un amigo cibernético, parecen olvidarse de cómo vivían hace apenas 10 años; ahora que sacaron un poquito la cabeza del agua que les cubría la boca y ya casi llegaba a su nariz, presagiando un inexorable final, te dicen que si ahora están bien, no es por el gobierno, sino por su trabajo y esfuerzo. Se preguntaba entonces, palabra más, palabra menos, el amigo Fran de Souza: ¿Por qué estaban mal entonces, hace diez años? ¿no tenían trabajo? ¿eran vagos? Pregunta difícil de responder, apenas si se tiene una venda en los ojos que no te permita ver las cosas con claridad. O de lo contrario, si tenés demasiada mala fé; una mala fé tan grande, que te impide desvencijarte de esos lazos tradicionales y familiares que a casi todos los frenteamplistas, nos quisieron en algún momento amarrar.  Por supuesto dejo fuera de estas consideraciones a los jóvenes que por primera vez ejercerán el derecho al voto (y cuando digo derecho, me encantaría que lo tomaran como eso y no como una obligación), pero decía que dejo fuera de mis consideraciones a los jóvenes, porque viven una realidad que es la única que conocen. No tuvieron la oportunidad, o tal vez la mala fortuna, de no saber cómo se hace para estudiar sin tener que pasar horas en una biblioteca, muchas veces caminando muchas cuadras para conseguir un libro por el que a menudo había que esperar horas y a veces días, si se querían sacar apuntes para alguna materia en el liceo. Los jóvenes que ingresaron a la educación primaria o media en los últimos años, ya conocieron la escolarización, teniendo una computadora y conectividad gratuita en los centros educativos, que le facilitan enormemente la vida, si la comparamos con la que debimos enfrentar los demás ciudadanos de este país. No conocieron la época en la que el transporte no era gratuito para los estudiantes. Si no tuvieron la oportunidad de estar en un ambiente en el que se comentan estas cosas; si están en hogares en los que la única información que se valora es lo que pasa “na novela das oito”, o si fulana y mengano bailaron bien o mal en el programa de Tinelli, o si se pelearon con algún jurado de ese deplorable y descerebrante programa, el o la joven tendrá todo el derecho de creer que lo que hoy vive, puede ser mejorado si el Frente Amplio abandona el Gobierno Nacional.
    Sin embargo, qué bien se siente constatar que nuestra descendencia tuvo otra infancia y vivió en otros ambientes; ambientes en los que la política no era mala palabra, sino que mas bien, algunos políticos hacían lo posible por defenestrarla; pero que era posible identificarlos con claridad, como para no confiar en ellos.
     Hoy recibí un mensaje de esos que te llenan el alma; que te hacen enorgullecer de lo hecho a lo largo de la vida, predicando con el ejemplo, porque ves que aquellas siembras traen buenas cosechas. Pricila, la hija de un querido matrimonio amigo, me escribió un escueto mensaje en el que decía estar en la caravana del Frente Amplio en Montevideo. Y recordaba en ese momento, cuando desde mi casa, muchos años atrás veía pasar las caravanas frenteamplistas, saludándolas con entusiasmo. Recordaba también los caceroleos que tanto en su familia como en la mía, hacíamos a menudo, siendo los únicos del barrio que se atrevían a hacerlo, en una ciudad en la que tal vez no tanto como ahora, pero donde desde siempre, se acostumbró a rendir culto y fidelidad a los líderes partidarios de los partidos tradicionales que te “conseguían algo”. Los Sosa López y los Pereira Condinanza, que jamás le chupamos las medias a ningún político, de ningún partido y que supimos construir nuestras familias apenas con el sudor de nuestras frentes, nos atrevíamos a cacerolear cuando en nuestro país teníamos más de un millón de pobres.
      Y mi alma se terminó de llenar, cuando al rato de recibir el mensaje de Pricila, recibí la llamada de su mamá, contándome que mientras su hija recordaba todo eso, mi hija Mariana también recordaba lo mismo y se habían comunicado ambas, telefónicamente, para comentarlo.
    ¿Cómo no enorgullecerme entonces? ¿cómo no recordar la emoción que me tomó aquel 31 de octubre de 2004? Ese día, en pleno escrutinio primario del circuito que me tocó en suerte, luego de saber que habíamos finalmente logrado el objetivo de vencer las zancadillas dispuestas por blancos y colorados para impedirnos llegar al gobierno, abandoné todo y corrí a casa y al llegar, no me pude sostener en pie, desplomándome abrazado a mi esposa, para entre lágrimas contenidas durante tantos años, prometerme honrar el esfuerzo.
     Yo confío. Confío en el pueblo uruguayo. Y estoy convencido que el 26 de octubre, tal vez no con tanta emoción, porque felizmente ya nos hemos acostumbrado, apenas entrada la noche, una vez más abrazaré a mi esposa y a mi hija. Y un rato más tarde, seguramente en Sarandí, Carlos, Yudith y Pricila se unirán a nosotros y otros miles de compatriotas para festejar que este país continuará por cinco años más en su senda de transformación y desarrollo.

lunes, 1 de septiembre de 2014

MODELOS Y ANTECEDENTES MUY DIFERENTES