Bombardeo a Siria de enero de 2015. Fallecieron al menos 1408 personas.
¿Hubo manifestaciones de repudio?
Me mueve en esta ocasión, la necesidad de no
dejar pasar por alto el tema que desde el viernes 13 de noviembre por la noche,
conmueve a la comunidad mundial. Me refiero
obviamente a los atentados perpetrados por el Estado Islámico (E.I.) en la capital francesa. Por supuesto, para aventar suspicacias que
jamás faltan, cabe aclarar que deploro y condeno cualquier acto barbárico como
este; venga de donde venga. Y es
exactamente este punto el que me inquieta.
Cuando nos aprestábamos a disfrutar de lo que sería un atractivo partido
de fútbol entre los seleccionados de Argentina y Brasil, los noticieros de acá
y acullá nos apabullaron con noticias fragmentadas. Era lógico; las cadenas internacionales
transmitían en vivo desde los puntos donde sucedieron los hechos y las
evaluaciones aún estaban por hacerse. Sin
embargo, precisamente esa movilización periodística es lo que no puede dejar de
llamar la atención. No que el tema no lo
amerite, sino que lo amerita tanto, como lo ameritarían otros hechos similares
ocurridos en otras partes del globo, pero en países con culturas diferentes a “nuestra
cultura occidental”. Son cotidianos y
recurrentes los ataques perpetrados por países occidentales contra naciones que
no comulgan con esta visión del mundo que tenemos en estas latitudes. Son acciones tan o más terroristas que
esta. Cuestan millares de vidas,
mutilaciones, destrucción de hogares y familias. Sin embargo, no se acostumbra ver a
comunidades enteras manifestarse contra ellas en plazas, con el apoyo de
personalidades de la sociedad y la política, como en este caso. No se acostumbró ni acostumbra ver a las
diferentes subsidiarias de la poderosa Google embanderarse con los símbolos
nacionales sirios, iraquíes, afganos, etc, como se los ve hoy enarbolando la
bandera francesa.
Pocos
dudan hoy, a pesar del silencio cómplice de los medios de comunicación y de los
gobiernos, dependientes desde siempre de ese imperialismo atroz, que lo del 11
de setiembre de 2001 fue un auto atentado de Estados Unidos, que sirvió de
perfecta excusa para la carnicería que sobrevendría después. Sin embargo la comunidad internacional continúa
impasible ante esa realidad que rompe los ojos de cualquiera que quiera
mínimamente pensar y analizar documentación al respecto.
Lo de
Estado Islámico es demencial; no hay cómo dudarlo. Al menos desde nuestra visión occidental y
cristiana. Sin embargo, no vendría mal
preguntarnos algo que con raras excepciones, nadie pregunta: ¿Quién provee de
armas y artefactos a esta organización? Pocos lo hacen y cuando lo hacen, la
misma complicidad, de los mismos medios y actores, se encarga de soslayarlo. Es así como por ejemplo, dos personalidades
argentinas se atrevieron a comentar algo al respecto hace ya algún tiempo. El Papa Francisco no dudó en decir que lo que
estamos viviendo es una “tercera guerra mundial, pero en cuotas”. La Presidente Cristina Fernández fue más allá
y preguntó, sin ambages, de dónde provenía el armamento utilizado por el E.I. Casi nadie levantó ambas noticias. Se continúa pretendiendo hacer ver a la
cultura occidental como siendo la única aceptable, mientras que del otro lado
sucede de igual manera. Y mientras esa
intransigencia se mantenga desde ambos lados; mientras no exista la capacidad
de reconocer y respetar la otredad, esta tercera guerra mundial seguirá
cobrando víctimas inocentes y aumentando las ganancias de los mercaderes de la
muerte, que son los países fabricantes de armas.
¿Qué
consecuencias traerán los ataques a París? Es obvio: la réplica francesa al
E.I, con las consecuentes muertes de inocentes en Siria. Tan inocentes como los franceses fallecidos o
heridos el viernes último.
Pero no
olvidemos: principio tienen las cosas. No
olvidemos lo sucedido con la revista Charly Ebdo. Una publicación que durante años,
desde sus portadas y sus páginas hostigó y se burló del profeta Mahoma. La consecuencia de aquel entonces, no debió
sorprender a nadie. Quien juega con
fuego, suele salir chamuscado o quemado.
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