El hecho que a todos nos ha conmocionado en las últimas semanas en la
ciudad de Rivera finalmente ha sido dilucidado.
Para beneplácito de los equipos policial y judicial, el mismo, a pesar
de los oscuros presagios que se cernían sobre él, tuvo un final como el que la
ciudadanía ansiaba: el esclarecimiento del horrendo crimen, con el
procesamiento y ciertamente posterior larga condena a los involucrados en el
mismo. Y esto hay que remarcarlo una y
otra vez. Porque no sería justo, que
luego del eficiente trabajo desplegado por ambos equipos, nos limitáramos a
decir que actuaron bien, o como decía una querida tía ya fallecida, “no
hicieron más que cumplir con su deber”.
Porque cuando se tiene a ambas instituciones, durante tanto tiempo, sometidas
a una avalancha de críticas por parte del
común denominador de los ciudadanos, es necesario resaltar cuando cosas como la
que acabamos de vivir suceden. Cuando apenas pocos días después del hecho eran
cada vez más las opiniones que dudaban del esclarecimiento del mismo. Porque hemos entrado en una espiral de
desacreditación y menosprecio de las instituciones, que llega al colmo de
hacernos dudar de todo y todos aquellos que tengan algún grado de
responsabilidad en la función que le toque cumplir. Y justamente, si del instituto policial y del
sistema judicial hablamos, peor. No es en vano; tiene una razón. O muchas razones, pero una de ellas, a mi
entender, es factor fundamental para que ello ocurra. Y sí, una vez más me refiero a la acción de algunos
comunicadores, que además de su tarea de transmitir información, suelen formar
opinión en la población, principalmente en aquella que está más proclive a
digerir la misma, sin antes tomarse su debido tiempo para masticarla. Es verdad que en este caso en particular, se
puede decir que primó la cordura; con algunas excepciones, pero en términos
generales el papel de los medios ha sido bastante objetivo y cauto. Pero el daño ha venido siendo hecho desde
mucho tiempo atrás. Y no será un caso
como el que hoy nos convoca, por importante y doloroso que sea, que borrará la
imagen generada a lo largo de muchos años, de permanente hostigamiento al
instituto policial por parte de algún sector de la prensa. Amparados en el derecho a informar y a
opinar, se cometen verdaderas atrocidades que terminan por trasladarse a la
ciudadanía común, que también, haciendo uso de esos derechos, más que uso lo
transforma en abuso. Ya me manifesté algunas semanas atrás, opinando sobre la
actitud de algunas personas que manifestaban frente a la sede judicial el día
que comenzaron a desfilar por la misma, los primeros testigos o indagados en el
caso del triple homicidio. Aunque haya
quien pretenda desacreditar mis dichos, me quedo con lo que escuché en
grabaciones y videos de la manifestación y el posterior testimonio que me
hicieran varias personas que en un principio allí habían concurrido, pero que
luego se retiraron por sentirse avergonzadas por lo que estaban viendo.
Hoy, pasadas las primeras horas
desde que fuera dictado el auto de procesamiento de los autores materiales y de
la autora intelectual del crimen, podemos hacer un análisis algo más reflexivo
y exento de las lógicas pasiones que a todos nos sacudieron. Y debemos preguntarnos lo del título. ¿Es válido, que haciendo uso de nuestra
libertad de opinar y manifestar, también lleguemos a la agresión? ¿Es válido que luego de obtenidos los
resultados que deseábamos y por los que tanta gente se manifestó airadamente, hagamos
uso de la libertad que tenemos para sacrificar también a los familiares de la
profesora procesada? ¿Dónde quedan la
libertad y los derechos del esposo y sobre todo de los niños de la misma? ¿No
estaremos actuando con extrema crueldad hacia ellos, al exponer en las redes
sociales una y otra vez la foto de la profesora, con un subtítulo debajo?
El francés Emile Durkheim, gran
estudioso de la sociedad, decía que el ejercicio de la libertad no debe servir
de excusa para hacer lo que se nos antoje.
Si traemos esa opinión a lo sucedido aquí, sin dudas, muchos de nosotros
le cederemos la derecha a su autor. En mi
caso, siento dolor por la situación que deben estar viviendo los familiares de
la docente procesada. Obviamente más por
los niños, pero también por el esposo, a quien tantas personas dicen admirar y
que desde un primer momento se esmeraron en eximir de culpa. ¿Cómo podrá estar pasando este señor, al ver
a sus niños soportar tanta exposición de la imagen de su mamá por parte de
personas que en definitiva, nada aportan de positivo al asunto? ¿No estaremos
también con esta actitud, obligando groseramente a estas personas a cargar una
cruz que a todas luces no merecen?